sábado, 6 de noviembre de 2010

Redacción (tercero de la ESO)

Esta redacción la escribí para la asignatura de lengua castellana hace siete años. Cierto profesor casi me suspende por ella porque decía que era completamente imposible que una alumna de catorce años escribiera así.


Era una fría noche de enero. Una niebla poco usual acechaba las callejuelas más oscuras y tenebrosas de Londres. No había ni la más mínima señal de vida. Todo estaba sumamente tranquilo. De repente, unos pasos rompieron el gélido y silencioso ambiente. Era él. El ser humano más temido de todo Londres. Nadie sabía su nombre, pero le temían. Nadie sabía nada sobre él, salvo que actuaba solo y de noche, nunca fallaba, y nadie que lo viera viviría para contarlo. La prensa lo había bautizado como "El Empalador" por sus sádicas y violentas maneras de asesinar. Ocupaba habitualmente la portada de todos los periódicos, donde se describían sus atroces crímenes. La comisaría era un auténtico caos: nadie sabía nada sobre el paradero del asesino, ya que no dejaba pistas y no había testigos. Nadie quería encargarse del caso, ya que los necios que había intentado seguirle la pista habían encontrado la muerte en sus viviendas. Lo más extraño de todo aquello, es que las víctimas siempre se encontraban en su casa, en la puerta no había señales de que hubiera sido forzada y todos los cadáveres tenían una estaca clavada al lado izquierdo del cuerpo, justo encima del corazón.

- ¡Extra!¡Extra! ¡El Empalador ha vuelto a actuar!- gritaba el niño de los periódicos la fría mañana del 23 de febrero.
-Sí, se ve que se ha ido sin dejar pistas de nuevo.
- Pues yo he oído que ha asesinado a la hija menor de los Gresham. ¡Y sus padres estaban en casa!
Los comentarios que siguieron a ese artículo fueron escalofriantemente maliciosos. Aquella vez había matado a Matilda Gresham, hija del primer ministro. No la habían encontrado hasta que su madre, Melinda Gresham, la había ido a desperar. Al entrar en la habitación, había visto una extraña mancha roja en la moqueta junto a la cama. Extrañada, fue al lado del mueble y destapó a su hija. Luego hubo un profundo y desgarrador grito. Cuando la policía llegó, se encontraron a la pobre mujer desmayada al lado de la cama, y el cuerpo sin vida de la muchacha. Nada más verlo sentenciaron que el Empalador se había cobrado una nueva víctima. Como de costumbre, no había huellas. Los policías se desentendieron cuando la família pidió ayuda, temerosos de aquel monstruo infame de humana figura. La madre, cegada por el dolor, se suicidó, colgándose en su habitación. Sally Gresham, la hermana de la difunta Matilda, juró vengarse del cruel asesino. La muchacha empezó a leer todo lo que encontraba respecto a él y a preguntar a las familias de las otras víctimas. El padre pidió a su hija que abandonara la búsqueda, que en el raro caso de que diera con el paradero del asesino, sólo encontraría la muerte. La chica no le hizo caso y siguió buscando.

Era la segunda vez que entraba en aquella casa. Cogió la llave que le habían dado para realizar el trabajo. La puso en la cerradura y giró. La puerta se abrió suavemente, sin hacer demasiado escándalo. El objetivo esa vez era acabar con la vida del resto de la familia Gresham. Era un trabajo fácil. Lo haría como siempre: entraría, mataría y se iría. Subió las escaleras de mármol enmoquetado. Llegó a un amplio pasillo. Allí se encontraban las habitaciones. Primero la de la difunta Matilda Gresham. Seguidamente la de su hermana. Luego la de la también muerta Melinda Gresham, seguida de la de su marido, Roger. Todos sabían que los Gresham tenían serios problemas matrimoniales. Por eso no compartían lecho. Entró en la última habitación. Puede que hubiera sido más sencillo matar primero a la hija, dado que su habitación estaba más próxima a la puerta, pero obtenía una morbosa exitación al matar jovencitas. Sí, la dejaría como postre. Los ronquidos señalaban que el señor Gresham estaba profundamente dormido. El Empalador sacó una estaca afilada como un cuchillo. Se acercó silenciosamente a la cama. Levantó el instrumento y la clavó con fuerza en el cuerpo enjuto del primer ministro. Las sábanas se tiñeron de rojo. El asesino observó durante unos instantes su macabra obra, sacó otra estaca y salió del cuarto. Se giró y fue hacia la segunda habitación, con una enferma sonrisa en los labios y la locura brillando en los ojos. Entró en la habitación, relamiéndose ante lo que estaba a punto de hacer. Clavó con fuerza la estaca en el bulto de la cama. Pero no salió esa magnífica flor carmesí que tanto le gustaba. Extrañado, el Empalador retiró las sábanas y se encontró con un gran almohadón. Así que la pequeña quería jugar al escondite... Antes de que pudiera reaccionar, le golpearon con fuerza en la nuca.
Aquella noche de enero la policía recibió la llamda de una muchacha que alegaba haber caputrado al célebre asesino. Ésa fue la noche en que detuvieron al causante de ocho muertos. Al día siguiente el líder de la oposición también fue encarcelado, acusado de contratar los servicios del cruel asesino para ser nombrado primer misnistro. Había matado al primer ministro y a una de sus hijas, además de varios familiares de políticos. Fue así como el asesino más sanguinario que ha corrido nunca por Londres fue capturado.

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